La participación de la iglesia en la transformación de las sociedades es innegable, se pueden encontrar múltiples eventos históricos donde su labor ha trascendido en el reordenamiento de la vida cotidiana, como comunidad se ha organizado para unir fuerzas económicas, de talentos, de tiempo y actitudes para el servicio; todo con la intención de acciones locales y pequeñas o para iniciar grandes movimientos que promulga un cambio en las maneras de vivir y atender la problemáticas que aquejan a la sociedad. Como ejemplos se podría hablar de misiones u organismos internacionales que contribuyen para que se divulgue la Palabra, o aquellas que envían misioneros a otros países, así como la creación de comedores comunitarios, hospitales, clínicas de tención a las adicciones o las que pugna por proteger la vida y se reduzcan los abortos, etcétera. Estas acciones buscan que la vida sea mejor.
Tal vez algunos de nosotros hemos participado en estas tareas, o no; hoy, como iglesia hace falta escudriñar nuestro caminar para influir en la protección de la vida humana; un problema común se agrava en la realidad de nuestro país: Los repuntes de la pandemia, los casos de contagio e infección del Covid-19, lejos de reducirse, se han incrementado. Se requiere como iglesia, unir esfuerzos y asociarnos a una gran campaña que auxilie a la protección de la salud de el prójimo y la vida propia. Para ello, hay que ser humildes, obedientes, cuidadosos, llenos de amor hacia el prójimo y velar por su vida, como indica la Palabra, no mirando cada cual lo suyo, sino también al otro, unámonos a la bio-protección, pues no hay bien mas valioso que la vida misma.
Esta gran campaña requiere que solamente atiendas un aspecto básico: Cuidar la vida humana a través del cumplimiento de los protocolos de bioseguridad. ¿Dónde? En cualquier sitio especifico en que te desenvuelvas. ¿Cuando? Diariamente. Cada acto que atiendas es resguardar la vida del otro; si bien, Dios tiene al vida de la humanidad en sus manos, a cada uno de nosotros nos compete atender las medidas de seguridad que protegen y reducen los riesgos de contagio y con ello la vida.
La iglesia somos todos y cada uno de los hijos de Dios, en esta momento históricos estamos separados, pero a la vez unido en oración, en comunicaciones inmediatas, en grupos de trabajo, y cada quién está atendiendo lo suyo; sin embargo, también hay que atender a los otros al momento de interactuar con nuestro prójimo. La biblia nos muestra códigos de salud de primer nivel y orden, mismos que la sociedad sigue empleando para salvaguardar la vida. Señala, es necesario que nos ”limpiemos de toda contaminación de la carne y el espíritu” (2 Corintios 7:1), por ello hay que atender, ahora más que nunca las medidas de salud. Esto no es nuevo, en el capitulo 23 de Deuteronomio se explican las leyes concernientes a la higiene. Si esto es un mandato entonces atendamos pues hay promesa “Observe tu corazón mis mandamientos mis mandamientos porque largura de días y años de vida y paz te serán añadidos” (Proverbios 3: 1-2).
Estas normas deberían ser obedecidas por el pueblo hebreo para poder estar delante de la presencia de Dios y del prójimo, la iglesia necesita obedecerlas, no solo porque les permiten librarse de la enfermedades que sufren las naciones, sino que ofrecen testimonio, nos permiten unir esfuerzos para que como cuerpo de Cristo, trabajemos juntos en una gran organización que nos permita hacer personal la bio-protección propia, del prójimo y con ello de la especie humana. Iglesia, escudriña tus caminos, voltea la mirada al Señor y busca agradarle. Testifica, se el primero en atender los protocolos de bioseguridad, pues a la iglesia también le corresponde cuidar la vida.
El Espíritu Santo guie tu participación como iglesia en esta gran campaña de trasformación social encaminada a cuidar la vida.