La iglesia no solo es la reunión santa de los escogidos, es la conformación de aquellos que hemos sido hechos hijos de Dios.
Y este es un gran privilegio que debe mantener nuestra fe activa y nuestra confianza firme, pues si somos hijos de Dios por el Sacrificio de Cristo, entonces seremos sustentados, fortalecidos y protegidos por nuestro Padre celestial.
Como todo hijo, debemos ser educados, corregidos, disciplinados y capacitados; esta es la labor que el Espíritu Santo está haciendo, no obstante, en medio de toda lucha, adversidad y prueba.
Dios quiere llevarnos a la madurez, Su propósito es que dejemos de ser hijos niños para que seamos hijos maduros a la semejanza de Cristo (Efesios 4:13), y para lograrlo nos pondrá a prueba todos los días, pero en cada día y en cada prueba disfrutemos que así sea, pues de otra manera no habría evidencia de que somos hijos, pues el Padre no corrige a los extraños sino a los propios.
Al final de los tiempos, todos los escogidos para ser hijos de Dios, nos manifestaremos con la gloria de Cristo en nuestro ser entero para que, así como nosotros fuimos redimidos, ahora, como hijos en toda plenitud, redimamos también la creación entera que está caída.
Mientras ese día llega, aprendamos dócilmente de la Palabra de Dios, aceptemos la guía del Espíritu Santo para arrepentirnos cada día, aceptemos la disciplina con gozo en cada prueba y creamos que nuestro Padre tiene un plan bueno y mejor para cada uno. No tengamos miedo. Brillemos como hijos de Dios practicando la justicia y el amor en medio de una generación tan oscura y perversa como la de hoy.
