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04 Agosto

La obra de Jesucristo en la Cruz

Written by  Flor Jiménez

¿Cuál es la trascendencia de la obra de Jesucristo en la cruz, a favor de Sus escogidos? porque estamos convencidos que, sin el gran sacrificio de Jesús, en obediencia al Padre y con el respaldo del Espíritu Santo, todos los seres humanos hubiéramos tenido que permanecer en la muerte espiritual,  la ira de Dios y el castigo eterno en el lago de fuego, a consecuencia del pecado del primer Adán y por la propia maldad. Para argumentar la relevancia de la actuación de Jesús y su clímax en la cruz, se toma como punto de partida, el pacto de redención que hicieron Padre, Hijo y Espíritu Santo en la eternidad pasada, para enviar al Hijo a la Tierra y ser acompañado por el Espíritu Santo a fin de cumplir la obra redentora de Cristo en nuestras vidas. Además, y para aplicar esta enseñanza de la trascendencia del sacrificio de Jesús, se desglosan algunas implicaciones que debería causar la majestuosa obra del Hijo de Dios en la vida del cristiano para imitar a Jesús.

Jesús es el Hijo de Dios

Comenzaremos por reconocer que Jesús es Dios, porque es el Hijo de Dios como lo expresó el centurión romano cuando dijo que en verdad Jesús era Hijo de Dios. Sin embargo, en los primeros años de la Iglesia hubo serios debates para reconocer o rechazar la naturaleza divina y humana de Jesús como en los concilios de Nicea en el año 325 y el de Calcedonia en el 451. Pero en uno de los concilios “el Credo de Nicea declara que Jesús es eternamente engendrado del Padre, coeterno y consustancial con el Padre y el Espíritu”[1]. La Biblia muestra que Él, siendo Dios se hizo hombre “Cristo Jesús, el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres” (Filipenses 2:5b-8). Entonces, ya sabemos que Jesús siendo Dios, vino a la Tierra en forma de hombre, fue el primer paso en la obra que cumpliría.

Más adelante, en el siglo XVII, la Confesión de Fe de Westminster, citado por R.C. Sproul declaró que:

Agradó a Dios en Su eterno propósito escoger y ordenar al Señor Jesús, Su unigénito Hijo, para ser el Mediador entre Dios y el hombre, el Profeta, Sacerdote y Rey, la Cabeza y Salvador de Su Iglesia, el Heredero de todas las cosas y Juez del mundo a Quien, desde toda la eternidad, Dios le dio un pueblo para ser Su simiente; y para que en el tiempo lo redimiera, llamara, justificara y glorificara.[2]

Jesús, el único hijo de Dios, fue nombrado profeta, sacerdote y rey y a Él se le confirió la obra portentosa de redimir, llamar, justificar y glorificar al pueblo de Dios y el punto cumbre de esta obra es el rescate de Su Iglesia para llevarla a la vida eterna. 

A la secuencia de la forma en que Dios alcanza al hombre y le entrega la vida eterna, se le conoce como la cadena de oro de la salvación e incluye las siguientes fases “conocimiento previo, predestinación, llamado, justificación y glorificación”[3] Como lo señala la carta a los Romanos:

“Porque a los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos.  Y a los que predestinó, a éstos también llamó; y a los que llamó, a éstos también justificó; y a los que justificó, a éstos también glorificó.” Romanos 8:29-30

Entonces el centro de la obra de Cristo en la cruz forma parte de todo un proceso cuyo propósito es el rescate de los escogidos para llevarlos, paso a paso desde la elección hecha por la Trinidad en la eternidad pasada, luego el llamado que hace el Espíritu Santo para provocar el nuevo nacimiento, después la justificación, donde somos santificados hasta alcanzar el punto cumbre del plan completo de Dios:  la glorificación. La pregunta que surge es ¿Cómo nos eligió la Trinidad en la eternidad pasada para cumplir Su obra en nosotros?  Una parte de la respuesta es: Por medio de la predeterminación.

Predeterminación de la obra de Cristo

Dios dejó a la humanidad Su Palabra escrita o revelación de Su voluntad en las Sagradas Escrituras, la teología reformada dice que la revelación bíblica mantiene una estructura y es en la forma de pactos. Con esto, podemos ver la trascendencia del proyecto divino, porque el plan de Dios estaba trazado desde la eternidad y, a pesar del pecado del hombre, Dios ya tenía previsto el destino de la humanidad; esto se explica con la doctrina de la predestinación “la decisión tomada por Dios en la eternidad, antes de que existieran el mundo y sus habitantes, con respecto al destino definitivo de cada pecador”[4]. Entonces, Dios tenía previamente fijado el punto final de la humanidad. 

La Teología Reformada define a la predestinación como “una decisión de Dios que incluye tanto su decisión de salvar a algunos del pecado (elección), como su decisión de condenar al resto por su pecado (reprobación), ambas cosas juntas”[5]. Unos separados para salvación y otros para reprobación y castigo eterno. Aunque el por qué unos se salvan y otros se pierden sigue siendo un misterio divino. 

Por su parte, la Confesión de Westminster del año 1647 señala, en relación con los predestinados para vida que Dios nos hace un llamado eficaz: “llamar eficazmente, por su Palabra y Espíritu, para que salgan de ese estado de pecado y de muerte en el que están por naturaleza, y pasen a la gracia y la salvación, por Jesucristo”[6]. Por lo tanto, escuchar el llamado tampoco requiere de nuestra participación.

Desde la Creación, Dios había hecho pacto con Adán (como representante de la humanidad) y decretó el castigo a su desobediencia, en el primer libro de la Biblia le dijo en el Edén que podía comer frutos de todos los árboles “mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás; porque el día que de él comieres, ciertamente morirás” (Génesis 2:17), este acuerdo se conoce como el Pacto de Obras. Pero el primer hombre y la mujer al desobedecer cayeron. Desde entonces, todos nacemos con muerte espiritual y el ser humano hace gala de pecaminosidad; por eso, su merecido ante la transgresión de Adán y la propia, es la muerte eterna.

Además del Pacto de Obras, hay otros dos pactos sobresalientes: el Pacto de Gracia y el Pacto de Redención. El Pacto de Gracia es un acuerdo entre Dios y los pecadores elegidos, a través del cual Dios promete la vida eterna bajo la condición de la fe personal en Cristo y se respalda en diversidad de versículos, como el más conocido de Juan 3:16. 

Por su parte, el Pacto de Redención es el más antiguo, porque “tiene su raíz en la eternidad y es entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo quienes trabajando juntos para lograr la redención del hombre, tal como la obra de creación, fue un acto trinitario”[7]. Este pacto, como los otros, es un decreto que hace patente la soberanía de Dios, en donde Él planificó la redención desde antes de crear el universo y todo lo existente, porque Él ya sabía lo que iba a suceder antes de la caída del primer hombre.

El Pacto de Redención lo celebra la Trinidad en armonía “El Padre tiene la iniciativa de la redención y envía al Hijo y al Espíritu Santo, el Hijo se encarna voluntariamente, el Espíritu aplica en nosotros la obra de Cristo”[8]. La determinación del Hijo de cumplir con el pacto redentor se observa en la Biblia, cuando de voz de Jesús se escribió “Porque he descendido del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió” (Juan 6:38).

¿Quién envió a Jesús? En repetidas ocasiones el Nuevo Testamento señala que fue el Padre el que dio el mandato y por eso el apóstol Juan (Juan 17:12) expresa el momento en que Jesús rinde cuentas ante el Padre y le dice que Él nos guardó y que ninguno se perdió. Entonces, Jesús, desde la eternidad pasada no ha hecho más que seguir la ruta que trazó con Su Padre y con el Espíritu Santo para realizar las obras pactadas a fin de que no se perdieran los seres humanos que el Padre le entregó.

Es entendible que fueran las tres Personas de la Trinidad quienes planificaran la redención del hombre, pero lo sorprendente fue la forma extrema en que el Hijo cumplió la obra designada “La cruz de Cristo fue real y el castigo que recibió en nuestro lugar también lo fue. Si para asegurar nuestra redención Cristo solo necesitaba hacer expiación por nuestros pecados, podría haber bajado directamente desde el cielo a la cruz”[9]. En verdad esto causa asombro, porque Jesús, para lograr el propósito redentor, tuvo que derramar Su Sangre y como Cordero inmolado sufrir una muerte cruel, sin contar el gran peso del pecado que se depositó en Su Ser. 

Notemos que, para acatar el proyecto redentor divino, Jesús demostró un gran amor hacia Sus escogidos, por eso fue necesario que Él bajara a la Tierra, en forma de hombre, nos diera a conocer al Padre y nos informara de las Buenas Nuevas de Salvación al compartir Su glorioso evangelio; después debía morir en la cruz del calvario; al tercer día también resucitaría de entre los muertos y, por último, ascendería a los cielos con la promesa de volver de forma gloriosa, por Sus elegidos, a los que denomina: Su esposa, Su iglesia, Su amada. Esta trayectoria es muestra del infinito amor de Dios por nosotros, los pecadores y de Su inmenso poder y fidelidad a toda prueba, lo que se consumó con la obra en la cruz.

La muerte de cruz, en sí misma, representa una muerte física muy dolorosa, que incluía el sufrimiento del cuerpo: la corona de espinas, los clavos traspasando sus manos, la lanza perforando su costado, los insultos y la humillación pública. Pero Jesús no solo soportó eso; el sufrimiento mayor fue que en Él se depositaron todos nuestros pecados “Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él” (2 Corintios 5:21) y esto no lo hubiera soportado si no hubiera sido quien dijo ser: el Hijo de Dios.

Papel del Padre y del Espíritu Santo en la obra de Cristo

Si bien, según la Doctrina de la Trinidad, las tres Personas divinas habían acordado, en el Pacto de Redención salvar al hombre y perdonarle sus pecados, también la Teología Reformada proclama que el centro del estudio de Dios es que “La salvación es del Señor”, y que todo este trabajo “es una obra divina diseñada y ordenada por el Padre, cumplida o completada por el Hijo y aplicada por el Espíritu Santo”[10]. Esto significa que, desde un principio, Dios decidió rescatar al hombre sin la intervención nuestra, solo con la obra coordinada de las tres Personas de la Trinidad, con Su ejecutor: El Señor Jesucristo.

La Biblia explica que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, la gloriosa Trinidad decidieron que Jesús se encarnara. Las doctrinas, de la Trinidad y la Encarnación son paralelas. “La doctrina de la Trinidad afirma que el hombre llamado Jesús es verdaderamente divino; la de la Encarnación afirma que el Jesús divino es verdaderamente humano”[11].  Ambas son doctrinas reformadas valiosas, porque las dos proclaman que Jesús vino desde la presencia de Su Padre y cumplió Su perfecta voluntad, al convertirse en el sustituto de nosotros, los pecadores y decidir ir a la cruz. Esta es la mayor obra que Jesús realizó, y lo hizo muriendo en un madero como el peor de los delincuentes. Los estudiosos de la medicina señalan que una muerte de cruz provoca shock hipovolémico debido a la hemorragia interna, por los azotes, y los clavos. Y si agregamos, en el caso de Jesús, la corona de espinas y  la herida de lanza en Su costado, pudo sobrevenir infección generalizada en las laceraciones.

Es cierto que, al bajar a la Tierra, Jesús protagonizó el peor de los sacrificios; la muerte en una cruz en el Gólgota, pero todo lo hizo para redimir al pecador; sin embargo, este rescate del hombre no lo lograría sin el auxilio del Espíritu Santo. Sí, la tercera persona de la Trinidad es la encargada de regenerar el espíritu del hombre para darle la capacidad de escuchar la voz de Dios y venir a la fe. El hombre necesita nacer de nuevo, ser regenerado. Esto implica que Dios renueve el corazón e implante en el hombre la necesidad de cumplir las ordenanzas de Dios.

Al regenerarnos como pecadores, el Espíritu Santo nos levanta de la muerte y nos vivifica para llevarnos hacia la fe. Sin embargo, este trabajo del Espíritu Santo se realiza de forma colaborativa con Jesús y con el Padre “el Dios único (“Él”) es también e igualmente “ellos”, y “ellos” están siempre juntos y siempre cooperan”[12]. Por tanto, la principal obra del Espíritu Santo es regenerar o provocar el nuevo nacimiento en los escogidos, pero la misión de Jesús al descender a la Tierra consiste en reconciliar a los pecadores y llevarlos al Padre. ¡Esta es la gran obra de Cristo con su meta final!

La meta de la expiación era salvar a los perdidos. Cristo amó a Su iglesia y se entregó por ella. Murió para salvar a Sus ovejas. Su propósito era lograr la reconciliación y redención para Su pueblo (por Su parte) el propósito del Padre fue salvar a los escogidos.[13]

Este propósito compartido se lleva a la acción en la persona de Jesús “de manera que el Hijo se convierte en el ejecutivo del Padre, y el Espíritu actúa como el agente de ambos. El hacer la voluntad de su Padre constituye la naturaleza y el gozo del Hijo”.[14] Podrá notarse que el Hijo no vino forzadamente a cumplir los deseos del Padre, sino que Él se entregó por Su propia voluntad y como un acto de obediencia también dio Su vida. Por eso dijo que a Él nadie le quitaba la vida, sino que Él la puso y también destacó que Él tenía el poder para poner Su vida y volverla a tomar (Juan 10:18). Tres puntos destacan en la obra de Cristo: Su fidelidad al pacto, Su obediencia, el gozo al obedecer y el poder que tenía como Hijo de Dios.

Funciones que realizó Cristo para hacer su obra 

    Jesús como Profeta, Sacerdote y Rey. Cuando Jesús vino a la tierra, cumplió varias funciones principales: Como Profeta, Sacerdote y Rey. Pero también fue el mediador entre Dios y el hombre y el Maestro de Sus discípulos.  En cada uno de esos papeles realizó acciones distintas para alcanzar la obra completa que habían decidido con el Padre y con el Espíritu Santo desde la eternidad pasada.

El profeta representaba a Dios, hablaba al pueblo por parte de Dios, como mediador de la Palabra hacia el pueblo. El sacerdote representaba al pueblo y hablaba a Dios de parte del pueblo. El rey de Israel también era mediador y estaba bajo la ley de Dios. Debía rendir cuentas a Dios por Su conducta. [15]

En la Tierra, Jesús, como Hijo de Dios, desempeñó el rol de profeta para anunciar a Su pueblo la voluntad del Padre y el pueblo debía escuchar la voz de Jesús.  Esta voz era con autoridad, porque no venía por Su propia iniciativa, se escribió en el libro de Juan “Porque yo no he hablado por mi propia cuenta; el Padre que me envió, él me dio mandamiento de lo que he de decir, y de lo que he de hablar” Juan 12:49  . Su papel, como profeta, era anunciar al Padre.

El Señor Jesucristo también realizó el oficio de sacerdote, por lo cual tenía que efectuar dos funciones: 1° ofrecer sacrificios y 2° ofrecer oraciones en nombre del pueblo. Pero, además “Jesús ofrece un sacrificio tan eficaz que se presenta una vez para siempre. El sacrifico supremo en nuestro lugar. La ofrenda fue Él mismo quien pudo satisfacer las demandas de la justicia de Dios”[16]. Jesús cubre las demandas de la justicia de Dios, porque en Su justicia todos merecíamos la muerte como castigo a nuestras transgresiones, pero en Su misericordia decidió salvar a Sus elegidos.

El Reino de Dios no está en el futuro, ya comenzó en la Tierra, en el presente, y es eterno. Esta aseveración nace de la teología reformada que señala que el Reino de Dios ya comenzó y aunque todavía no se consuma, ya lo podemos vivir porque Jesucristo ya reina como Rey de reyes y Señor de señores. Jesús desarrolló el rol de Rey, y no ha concluido Su ministerio porque Él, después de morir y resucitar, ascendió a los cielos y ahora funge como Rey, está sentado a la diestra del Padre, pero no está ocioso, sino que intercede por nosotros. El amor de Jesús por Su pueblo es inagotable debido a que no solo murió por Sus ovejas, sino que ora a favor de aquellos que el Padre le dio. 

    Jesús como MediadorJesucristo es el intermediario entre el Padre y los hombres, es nuestro Mediador, no es un intermediario común, en este caso es aquel que logra reconciliar a las partes que antes no tenían comunicación mutua. Es decir, a los que estaban apartados y alejados entre sí, los une. La mediación se cumple con el ministerio salvador de Jesucristo. En realidad, Él es mediador entre Dios y los hombres; Jesús nos reconcilia con el Padre.

La mediación que Jesús hizo al colocarse entre el Padre y nosotros, las pobres y pecadoras personas, fue por Su soberana voluntad y gracias a la predestinación de que fuimos objeto. Nada hicimos que nos hiciera merecedores de esa mediación para unirnos y ponernos en paz con el Padre. Lo dice la Biblia, somos salvos solo por gracia y esto es por fe, y también es un don que Dios nos dio (Efesios 2:8). Por tanto, la mediación de Jesús procede de un regalo de Dios. La carta de Pablo lo hace manifiesto cuando dice que así es como Dios nos muestra Su amor, porque al ser todavía pecadores Jesús murió por nosotros. Y, por si fuera poco, nada tuvimos que hacer lograr esta unidad.

    Jesús como Maestro. Cuando Jesús comenzó Su ministerio, después de ser bautizado en el río Jordán, una de Sus principales actividades consistió en enseñar lo que el Padre le enseñó a Él y dijo que la doctrina no era suya sino de quien lo envió, porque Él no hablaba por cuenta propia (Juan 7:16-17). Jesús fue el Maestro de maestros. 

Lo que Jesús enseñó fueron tres puntos principales: Que el Padre lo envió y que con Él tenían que aprender a relacionarse sus discípulos; el arrepentimiento de los seres humanos como seres perdidos que debían ser transformados y, lo fundamental: anunciar su propia muerte y resurrección para salvar a los escogidos “según nos escogió en él antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de él” Efesios 1:4. Pese a esto, también enseñó que la salvación no es para toda la humanidad.

La justificación, la gran obra de Cristo

La doctrina de la justificación emergió fue un punto central de la reforma protestante. “La justificación es un acto judicial de Dios por medio del cual indulta a los pecadores (las personas malvadas e impías…aceptándolos como justos, y enderezando de manera permanente su relación con Él”[17]. Una pregunta crucial ante la elección que Dios hace de algunos para ser justificados y otorgarles la salvación y de otros para no ser justificados y por el contrario, darles la reprobación, puede ser y ¿por qué no salva Dios a todos del castigo eterno? La respuesta es: Por Su Santa voluntad, porque Él es soberano y así lo decidió. La respuesta puede sonar injusta para algunos, pero podemos verlo a la inversa: ¿Por qué Dios salva a algunos? Porque en realidad Dios, en Su soberanía pudo castigar a todos, debido a que todos somos corruptos. Nacimos muertos y pecamos. Todos merecíamos el castigo.

La Teología Reformada encuentra una explicación más completa con la frase justificación forense. La frase “hace referencia a declaraciones legales, significa que Dios nos declara justos en el sentido legal. La base de esta declaración es que Dios nos imputa la justicia de Cristo”.[18] Esto significa que nosotros debimos recibir el castigo, pero lo recibió Jesús en nuestro lugar. También implica que el Señor Jesucristo logró nuestra reconciliación con el Padre al hacer la sustitución penal, porque a Él se le imputó nuestro pecado y a nosotros se nos imputó Su justicia, es decir se nos perdonaron los pecados y se nos evitó la muerte que Él sufrió por causa nuestra. Él de forma voluntaria ocupo nuestro lugar.

Cuando Dios justifica al pecador a partir de la muerte de Jesús en la Cruz esta persona sigue siendo pecadora, pero a la vez es considerada justa delante de Dios, gracias a la imputación de la justicia del Señor Jesús. Esta recepción de justicia a través de un tercero es extraordinaria, porque todos debimos pagar por nuestros pecados, pero Dios decidió que Jesús nos justificara únicamente a algunos.

Ya se dijo que, para comenzar el proceso salvífico, debe llegar a nuestra vida el Espíritu Santo a producir el nuevo nacimiento. Con esta regeneración el Espíritu Santo nos da una dosis inicial de fe para escuchar el llamado de salvación y luego, seguir a Cristo. La fe que nos da Dios nos une a Cristo y nos ayuda a recibir los beneficios de Su obra salvadora. También es por la fe que nos traslada o nos imputa la justicia de Cristo y así, esa justicia es aplicable a nosotros. Pero la fe tampoco es nuestra, ni la recibimos por mérito, también proviene de Dios.

Lo que señala el pastor R.C. Sproul es determinante y de alto valor en la vida de los que Dios escogió. Él dice que Dios viste a Sus inmundas criaturas con el ropaje de justicia que era de Cristo. Esto hace que la justicia se traspase a nosotros. Por Tanto, Jesús obtuvo justicia a nuestro favor. Esta idea denota que cada uno de los salvos no invertimos nada en nuestra salvación; no es por mérito propio que entramos al Reino de los cielos, sino por el mérito de Cristo. En realidad, nuestra justificación procede de las obras que llevó a cabo Cristo en sustitución de nosotros. Además, la justificación lleva consigo el perdón y la remisión de nuestros pecados. Remitir los pecados implica que Dios borra todas las transgresiones que cometimos hacia la ley de Dios y también nos ayuda a resistir al pecado.

En la justicia de Dios se hace manifiesta Su misericordia infinita, para amar a lo miserable “Nadie recibe castigo de la mano de Dios sin merecerlo, algunos reciben gracia de su mano sin merecerlo. Si la misericordia fuera merecida, entonces en realidad no sería misericordia, sino justicia”[19]. Sin embargo, ninguno de los redimidos aportamos absolutamente nada a nuestra salvación porque nada hay “que pueda parecer jamás digno de mérito ante los ojos de Dios. No nos podemos ganar el favor de Dios, hagamos lo que hagamos; a menos que la gracia nos salve, estamos perdidos”[20].  Esta afirmación tiene sentido, porque nadie se salva por obras.

El Pacto de Redención y la obra de Cristo

Originalmente, Dios, en Su divina Trinidad y como soberano del universo, decidió hacer un pacto con Adán, como representante de la humanidad. En la Biblia “los pactos son acuerdos solemnes, negociados o impuestos de manera unilateral, que atan entre sí a ambas partes en unas relaciones permanentes definidas, con promesas, exigencias y obligaciones concretas por ambas partes”[21] pero en este pacto de las obras, al desobedecer Adán, le falló a Dios. Este nombre de pacto de las obras, aunque no es una expresión bíblica fue la denominación que le dieron los Teólogos de la Reforma. En el pacto, y después de la caída, con su desobediencia, Adán nos heredó el pecado original, desde entonces, todos nacemos espiritualmente muertos. Cuando se habla de pecado original significa que el pecado de nosotros los humanos deriva de nuestro origen. Si bien, no es una frase que se encuentre en la Biblia, la acuñó Agustín de Hipona y se enfoca de una manera directa a la realidad del pecado. 

Recordemos que el pecado de Adán, como representante de la raza humana, nos separó de Dios, provocó nuestra muerte espiritual. Pero la Biblia trae esperanza, porque el centro de las enseñanzas y fundamento de las Sagradas Escrituras es la salvación del hombre perdido. Después de Adán, tuvo que venir Cristo, como el postrer Adán, el representante de todos Sus elegidos para recibir el castigo en lugar nuestro. Dios trajo redención a través de Jesucristo, esta redención “se enfoca en la reconciliación, para ponerle fin a la separación entre Dios y Su pueblo. A Dios el Padre le plació tomar la iniciativa para terminar este peligroso alejamiento y para eso designó a Cristo como nuestro Mediador”[22].  

Para beneficio de los elegidos por Dios, nombrar a Jesucristo fue lo mejor que nos pudo suceder. Viene a la Tierra el Hijo de Dios, como el Mediador de un nuevo pacto en donde la obra monumental que realizó fue que “se ofreció a sí mismo como el sacrificio verdadero y definitivo por el pecado. Obedeció la ley de una manera perfecta y, en su condición de segundo cabeza y representante de la raza humana, se convirtió en el heredero de todas las bendiciones del pacto”[23].  Esta obediencia deberíamos imitarla Sus discípulos.

La majestuosa y tierna obra del Señor Jesucristo consistió en tomar nuestro lugar en la cruz, Él nos redimió de nuestros pecados. Jesús tuvo que morir en la cruz para alcanzar la redención y liberación, pero tuvo que pagar un gran rescate. Él pagó un precio muy alto, Su muerte en el madero, con el fin de liberarnos de todo riesgo de culpa. A su vez nos sacó de la esclavitud del pecado y el castigo que nos traería la ira de Dios. Librarnos de la ira de Dios fue el mejor de los regalos que nos pudo hacer Jesús a través de Su grandiosa obra de morir en la cruz. Porque nosotros, lejos de recibir la ira justa de Dios se nos permite tener comunión con el Padre, dialogar en la intimidad con Él, sin el riesgo de ser consumidos, gracias a Jesús.

Entonces, la obra mediadora de Jesucristo en la cruz fue lo más portentoso que pudo suceder. A través de Sus acciones, Jesús propició que Dios aplacara Su ira. La obra piadosa de Jesús logró apagar la ira destinada a nosotros. Él expió nuestros pecados, y los quitó de la vista de Dios. En Sus sufrimientos, Cristo asumió nuestra identidad, de reos de muerte y sufrió el juicio que merecíamos nosotros. ¿Quién nos podía amar más que Jesucristo y ocupar nuestro lugar?

El punto nodal y grandioso de la muerte de Jesús en el madero fue que Él borró nuestro pecado al ser elegidos en el Pacto de Redención y aseguró que recibiéramos la fe a través de la regeneración. De ahí la necesidad de corresponderle, como Sus hijos selectos por Su obra redentora, aunque jamás podremos pagar lo que hizo Jesús por nosotros.

Implicaciones de la obra de Cristo en la vida del cristiano

Un cristiano receptor de la grandiosa obra de Cristo debe reflejar que Dios está actuando en Su vida. El creyente debe guardarse sin mancha para ser agradable a aquel que lo redimió y estar atento a la segunda venida de Cristo en las nubes. En especial debemos recordar que la salvación y la vida que Dios nos ha preparado para la eternidad no la merecemos, no hicimos nada para ser salvos, todo es obra de Dios ya vimos que, desde principio a fin, todas las etapas del proceso con el cual nos salvó provienen del Señor. Por eso, nuestra vida debe reflejar que estamos agradecidos con Él.

Lo principal del sacrificio de Jesucristo en la cruz del calvario fueron sus consecuencias en favor de todos Sus hijos, y estos beneficios son incomparables. De ahí la conveniencia de plantear algunos efectos que debería producir la obra de Cristo en nuestras vidas. Por ejemplo:

Glorificar a DiosEl Señor Jesucristo ha realizado una obra maravillosa en nuestras vidas, lo que nadie hubiera logrado a través de su propio mérito, por eso “El principal propósito de nuestra existencia es glorificar y gozar de Dios”[24]. Darle gloria a Dios también significa adorarlo, manifestarle un amor extremo.  La Biblia nos invita a adorar a Dios como respuesta ante la revelación que hizo nuestro Creador sobre Sí mismo. Adorar, “Consiste en honrar y glorificar a Dios a base de ofrecerle de vuelta con gratitud todos los buenos dones, y todo el conocimiento de su grandeza y bondad que Él les ha dado”[25]

Por cierto, la adoración es también un regalo de Dios para nuestras vidas porque nos da vía para establecer una relación íntima con Dios, después de habernos salvado y proclamado Sus hijos[26] es alcanzar una comunicación íntima con el creador, redentor y soberano nuestro. Es buscar tiempo para estar en diálogo con Dios. “El propósito de todo cristiano en la vida debe ser glorificar a Dios, su labor debe ser dedicar todo su tiempo a agradar a Dios”[27] esto significa amarlo y declarárselo en todo tiempo; pero también requiere servirle con todo el corazón; además el amor extremo hacia Dios debe manifestarse al emprender acciones que contribuyan a la obra redentora y transformadora de Cristo.

Obedecer a Dios. La obediencia es una de las principales demandas de Dios, desde el Antiguo Testamento. Además de ser una evidencia de la salvación que comenzó con el nuevo nacimiento. El creyente que no obedece es como si no hubiera nacido de nuevo. Una persona completamente carnal se puede ver como alguien no regenerado. Y una persona no regenerada simplemente no pudo ser salvada[28]. La necesidad de ser obedientes a Dios es mostrar que el Espíritu Santo está obrando en nuestras vidas. Es dar señales de arrepentimiento, es tomarse fuertemente de la mano de Dios, para hacer Su voluntad.

Obedecer implica amar a Dios y al prójimo, porque Él así lo ordena y hacer la voluntad de Dios, a costa de nuestros propios deseos. Esto representa un alto nivel de compromiso para con Dios “La medida y prueba del amor a Dios es una obediencia profunda y sin condiciones… la medida y prueba del amor a nuestro prójimo es la entrega de nuestra vida por Él”.[29] Parece difícil, pero no debemos hacer nada con nuestras propias fuerzas, mejor es pedir a Dios que nos ayude a ser obedientes a Su voz.

Perseverar hasta la venida de CristoUna persona regenerada y salvada es aquella que recibe el impulso del Espíritu Santo para guardarse del pecado y conservarse en santidad para el día de Cristo. Es decir, mantenernos irreprensibles para cuando Él venga otra vez en las nubes, por Su Iglesia. Ya vimos, en la doctrina de la perseverancia que Dios nos ayuda a permanecer en Él y conservar nuestra salvación que comenzó en la eternidad, se cumplió cuando Cristo nos encontró y seguirá latente hasta la vida eterna[30]. La obra de Cristo en la cruz debe sostenernos, mantenernos de píe hasta que Él vuelva por nosotros en las nubes para llevarnos a la casa del Padre “La cruz sigue siendo el baluarte, el más grave grito, la más potente trompeta que anuncia el camino de regreso al Padre”[31].

La perseverancia de los santos depende del decreto de elección que hizo la Trinidad gracias al gran amor de Dios Padre y al mérito glorioso de Jesús al morir en la cruz. Pero también de nuestra permanencia depende del sostén que nos otorga el Espíritu Santo quien nos da la fuerza para mantenernos fieles a Él para reinar con Él (2ª Timoteo 2:12).

El desarrollo de un cristiano regenerado, en proceso de santificación debe ser siempre ascendente. El hombre, con la ayuda de Dios se afianza para permanecer en Él y se desarrolla como cristiano maduro. Esto es parte del proceso de santificación. Perseverar depende más de Dios que de nosotros.  Pero si logramos perseverar Él nos preserva. Si bien, Él nos sostiene, nosotros debemos afianzarnos muy fuerte en Él. Por esta razón, cuando las fuerzas escasean debemos pedirle ayuda a Dios, porque no estamos solos.

Ya vimos que la regeneración, la salvación y muchas dádivas de Dios, como la perseverancia no dependen de nosotros. En realidad, perseverar implica persistir; aunque venga el desánimo, el desaliento o las condiciones sean adversas “La afirmación de que los creyentes perseveran en la fe y la obediencia a pesar de todo es cierta, pero su razón es que Jesucristo persiste en conservarlos por medio del Espíritu”[32].

Mantenerse en santidad y en la gracia salvadora. Este punto se relaciona fuertemente con el anterior, porque perseverar es guardarse en santidad, es valorar la salvación tan grande que se recibió como un regalo inmerecido y la santidad implica apartarse del mal y vivir para Cristo. Por su parte, la confesión de Fe de Westminster, citada por el pastor Sproul dice:

"...que a quienes Dios ha aceptado en su amado, y que han sido llamados eficazmente y santificados por su Espíritu, no pueden caer ni total ni definitivamente del estado de gracia, sino que ciertamente han de perseverar en Él hasta e fin, y serán salvados eternamente."[33]

Entonces, los llamados deben mantenerse en santidad, desarrollarse como cristianos y alcanzar la madurez, porque no basta con nacer, también se requiere crecer “La regeneración es nacimiento; la santificación es crecimiento”[34]. No podemos quedarnos como el recién nacido, debemos alcanzar la estatura del varón perfecto y solo lo lograremos si nos apartamos del mal y nos santificamos día con día.

Reflejar la obra de Cristo con sus propias obras. No se puede pensar en un hijo de Dios que no se esfuerce en parecerse a su Padre y, por ende, acercarse a la imagen de Jesús. Es necesario que los actos reflejen a un ser regenerado y hagan evidente que su corazón está agradecido. Si bien, las obras no salvan a nadie y, como lo expresaron los reformadores, “la justificación es solo por fe, pero no por una fe que va sola. La verdadera fe nunca está sola, se expresa en obras, las obras que fluyen de la fe”[35]. Notemos, que no se dijo que seamos salvos por nuestras obras, sino que la salvación produce obras.

Además, Dios en Su plan perfecto, trazado desde antes de la fundación del mundo, dejó todo previsto para que Sus escogidos caminemos por el sendero que Él mismo trazó, porque la carta a los Efesios dice que somos hechura suya, que fuimos creados en Cristo para buenas obras que Dios nos dejó preparadas desde antes, para que anduviésemos en dichas obras (Efesios 2:10), y esto debe repercutir en que nosotros solo le preguntemos cotidianamente a Dios ¿Cuál es tu voluntad?, leer Su Santa Palabra y orar para estar en comunión con Él y así, su Espíritu Santo nos mostrará lo que debemos hacer cada día de nuestra vida.

Las obras de nosotros, los salvados por Cristo deben hacer manifiesto el alto valor que le damos a la obra redentora de Jesús y a todas las funciones que Él ha desempeñado para regresarnos al Padre, pero las obras “no obstante, no constituyen la base para nuestra justificación, no aportan mérito ante Dios. La única base o razón para nuestra justificación es el mérito de Cristo”.[36]

Imitar las obras que hizo Cristo constituye un llamado especial que recibimos los que fuimos regenerados y perdonados gracias a la obra de Cristo. Debemos practicar una santidad especial para imitar lo que dijo nuestro Dios “Sed santos como yo soy Santo” (1 Pedro 1:16), y de este modo podemos agradar a Dios. Vivir en santidad significa apartarse del mal y vivir para Él, lo cual implica obedecerle, honrar Su nombre y servirle con amor. Se debe entender que hacer buenas obras es realizar actividades por amor a Dios.

Cierto es que nuestras obras cuando no son guiadas por el Espíritu Santo de Dios, son como trapos de inmundicia, pero cuando las ponemos en Sus manos, Él las acepta y, por si fuera poco, nos promete recompensas en el cielo que tampoco merecemos “Habrá diferentes grados de bienaventuranza y recompensa en el cielo. cuando Dios recompensa nuestras obras, está coronando sus propios dones, porque sólo por gracia nos ha sido posible realizar esas obras”[37]. Comprobamos que, además de la salvación y la vida eterna, lo que vamos a ganar en el cielo debido a nuestras obras, también depende de Dios.

Vivir una vida agradable a Dios. Agradar a Dios es darle a Él toda la gloria y la honra es percatarnos de nuestra miserable condición de pecadores rescatados del lago de fuego, todo nuestro comportamiento y forma de pensar debe centrarse en agradar a Dios, amarlo y amar a nuestros semejantes “Dios ordena la conducta que a Él le agrada ver, y prohíbe la que lo ofende. Jesús resume la ley moral en los dos grandes mandamientos de amar a nuestro Dios y amar a nuestro prójimo.[38]

Entonces, nuestra forma de pensar y actuar debe cambiar, como una implicación del valor que asignamos a la obra redentora y transformadora de Cristo en nosotros. Nuestro ser redimido deberíamos verlo como un maravilloso regalo de Dios que se expresa también en una forma diferente de vivir. Recibimos tanto amor de parte de Dios y de Su amado Hijo que debemos mostrar ese mismo amor hacia los demás. Aquéllos que han sido muy amados, deben ser generosos, serviciales. Dar de gracia lo que por gracia han recibido, aprender a perdonar, dejar atrás la amargura, confiar en Dios plenamente. “En una palabra, los hijos de Dios deben ser como su Padre y su Salvador, lo cual significa ser totalmente distintos al mundo”[39].

Cumplir con la Gran Comisión. Cuando somos conscientes de la obra de Cristo en la cruz, en favor de nuestras almas, no tenemos más que compartir también las buenas nuevas de salvación con otros y acompañarlos hasta cobrar firmeza en su caminar cristiano. En el N.T. nos dicen que demos de gracia lo que así recibimos y entonces estaremos cumpliendo con la Gran Comisión que asignó Jesús a Sus discípulos de todos los tiempos “Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo” Mateo 28:19.

El evangelismo es parte de nuestro llamado como discípulos fieles, "no podemos callar lo que hemos visto y oído" (Hechos 4:20). No podemos ser negligentes para llevar la voz de Dios, escrita en la Biblia, a aquellos que aún no lo conocen, el Pastor Sproul refiere que Juan Calvino ya había planteado como tarea de la iglesia “hacer que el reino invisible de Cristo se haga visible”[40]. Si nos consideramos Iglesia, entonces debemos poner a la vista el Reino de Dios ante todos los que nos rodean, porque entre ellos estarán algunos elegidos, sin que nosotros lo sepamos.

Hacer comunidad con otros hermanos en su Iglesia. Significa armonizar con los salvos, con los que Dios tuvo misericordia “Los que forman la Iglesia son llamados los “elegidos” (escogidos), los “santos” (consagrados, apartados para Dios) y los “hermanos” (hijos adoptivos de Dios)”[41]. Se trata entonces, de vivir en armonía con los que han sido salvados, compartir con ellos lo que Dios nos ha dado, en lo espiritual y en lo material, a semejanza de como lo hacían en la iglesia primitiva, porque ahora pertenecemos al cuerpo de Cristo, que es Su Iglesia. En la carta a los Efesios, el apóstol Pablo nos dice que así dejaremos de ser extranjeros y advenedizos y nos volveremos conciudadanos de los santos y miembros de una familia, la familia de Dios (Efesios 2:19).

En síntesis, los privilegiados que recibimos a Cristo, debemos aprender a darle gracias a Jesús por haber muerto en la cruz.  Así, este instrumento de tortura se convierte para nosotros en el objeto central del plan divino, en donde hizo manifiesta Su gracia soberana y salvadora. Por tanto, me parece que, poner a la cruz al centro de nuestras vidas no será para adorar a un simple madero, como se hace en alguna religión. Nosotros debemos mirar a la cruz como símbolo del amor a toda prueba que Dios evidenció, al morir en ella, como representante de la obra redentora en favor de los hijos predilectos, entre los cuales estamos nosotros sin esfuerzo alguno. Por esta razón, y como señala el que ha sido mi pastor durante 30 años de caminar como creyente redimida por Cristo “Cuando sientas que ya no puedes más, mira la cruz y lo maravilloso que ahí sucedió te dará fuerzas y te levantará”[42].

Conclusiones

Al comenzar este ensayo buscamos responder a la pregunta ¿Cuál es la trascendencia de la obra de Jesucristo en la cruz, a favor de Sus escogidos? Este fue el eje conductor al desarrollar algunas ideas centrales.  Así, encontramos que la obra de Cristo trasciende a través de los siglos y por la eternidad. Comenzó con un plan trazado por la Trinidad para rescatarnos de la muerte eterna, llevarnos en un proceso de santificación y culminará cuando seamos glorificados.

Para alcanzar el proyecto trinitario, Jesús, como Hijo de Dios, cumplió con diversas funciones. Fungió como Profeta, Sacerdote y Rey para realizar la enorme misión de rescatar a los escogidos. Como Profeta anunció al Padre a fin de obedecerle, como Sacerdote se ofreció en sacrificio vivo y murió por nuestros pecados y como Rey, todo el tiempo, intercede por nosotros ante el trono de Dios.  A su vez, como Mediador logró nuestra reconciliación ya que, como pecadores permanecíamos separados del Padre; y como Maestro, enseñó la doctrina de Dios Padre y así quiere ayudarnos a perseverar.

Vimos que, con la caída de Adán, en el Pacto de Obras, nuestro representante nos heredó el pecado. Desde entonces nacemos espiritualmente muertos. Sin embargo, gracias al plan eterno de Dios, Él nos predestinó para recibir misericordia, regenerarnos, perdonar nuestros pecados mientras otros reciben el castigo perpetuo porque se les aplicará la justicia divina. Nuestro destino ya estaba trazado en todos los aspectos de nuestra vida. El plan se cumplió, gracias a la obra redentora de Cristo y se seguirá cumpliendo hasta las últimas consecuencias, tan solo por la voluntad soberana y omnipotente de Dios.

A lo largo del documento descubrimos que la obra de Cristo en la cruz del calvario no fue un acto casual o una ocurrencia de último minuto. La Trinidad acordó, de forma anticipada y antes de la formación del mundo, con el Pacto de Redención, salvarnos llevarnos por un camino glorioso: Dios nos conoció, nos predestinó, nos llamó nos justificó y nos glorificará como lo indica la carta a los Romanos, capítulo 8 versículos 29 y 30. Este camino denota que el proyecto de Dios con nosotros se hizo trascendente desde la eternidad, porque desde entonces tuvo un diseño perfecto y avanza cada día.

A su vez, desglosamos algunos puntos significativos sobre las implicaciones o aquello que deberíamos hacer cuando hemos comprendido la monumental obra de Cristo en nuestras vidas: Primero, glorificar a Dios por Su grandeza, obedecerlo en todo, perseverar como una forma de conservar el sitio que nos ha deparado, mantenernos en santidad y apartados del pecado, reflejar la obra de Cristo como muestra de nuestra regeneración, vivir para agradarle con nuestros actos, cumplir con la Gran Comisión de seguir anunciando el Reino de Dios y vivir en comunidad con los hermanos que también fueron escogidos; así juntos seremos transformados.

Solo resta destacar que la obra de Cristo en la Cruz del calvario tiene una gran trascendencia para nuestras vidas. Esta obra maravillosa es un ejemplo de obediencia, donde Jesús se somete al acuerdo que hizo con la Trinidad. Toda su vida en la Tierra fue testimonio para muchos, porque Él se mantuvo sin mancha, fiel al pacto. Tuvo que sacrificarse como el Cordero inmolado. Soportó en Su ser todos los pecados de aquellos humanos que el Padre le dio y prometió que ninguno se perdería. Ahora, a nosotros nos toca replicar Su obra maravillosa, en donde la santidad y el amor sean nuestra bandera y, al estar en comunión con Él y en el conocimiento de Su Santa Palabra, esperemos Su pronta venida y disfrutemos de la culminación de la Obra que comenzó e impulsó nuestro Señor Jesucristo con el auxilio de Su Espíritu Santo. 


Bibliografía

Biblia. Reina-Valera 1960

Corzo, Alejandro. "Más allá del sacrificio". México: Malak. 2009.

Galardi, Don. "Pacto de Obras y Pacto de Gracia. Teología de la Reforma". Vídeo 15. (Conferencia en Seminario Reformado Latinoamericano, 5 de julio, 2017. Acceso el 29 de julio de 2021. https://www.youtube.com/watch?v=1jyxrJFyHxs

Packer, J.I., "Teología Concisa. Miami:  Unilit. 1993.

Sproul, R.C. ¿Qué es la Teología Reformada? Colombia: Poiema Publicaciones, 1997.


Citas
[1] Sproul, R.C. "¿Qué es la Teología Reformada?" (1997) Pág. 86 

[2] Sproul, R.C. "¿Qué es la Teología Reformada?" (1997) Pág. 95 

[3] Sproul, R.C. "¿Qué es la Teología Reformada?" (1997) Pág. 148

[4] Packer, J.I. "Teología Concisa" (1993) Pág. 49

[5] Packer, J.I. "Teología Concisa" (1993) Pág. 49

[6]  Packer, J.I. "Teología Concisa" (1993) Pág. 160

[7] Sproul, R.C. "¿Qué es la Teología Reformada?" (1997) Pág. 103

[8] Sproul, R.C. "¿Qué es la Teología Reformada?" (1997) Pág. 112

[9] Sproul, R.C. "¿Qué es la Teología Reformada?" (1997) Pág. 70

[10] Sproul, R.C. "¿Qué es la Teología Reformada?" (1997) Pág. 167

[11] Packer, J.I. "Teología Concisa" (1993) Pág. 114

[12] Packer, J.I. "Teología Concisa" (1993) Pág. 53

[13] Sproul, R.C. "¿Qué es la Teología Reformada?" (1997) Pág. 179

[14] Packer, J.I. "Teología Concisa" (1993) Pág. 129

[15] Sproul, R.C. "¿Qué es la Teología Reformada?" (1997) Pág. 96

[16] Sproul, R.C. "¿Qué es la Teología Reformada?" (1997) Pág. 98

[17] Packer, J.I. "Teología Concisa" (1993) Pág. 172

[18] Sproul, R.C. "¿Qué es la Teología Reformada?" (1997) Pág. 63

[19] Sproul, R.C. "¿Qué es la Teología Reformada?" (1997) Pág. 155

[20] Packer, J.I. "Teología Concisa" (1993) Pág. 94

[21] Galardi, Don. "Pacto de Obras y Pacto de Gracia. Teología de la Reforma" (2017)

[22] Sproul, R.C. "¿Qué es la Teología Reformada?" (1997) Pág. 95

[23] Packer, J.I. "Teología Concisa" (1993) Pág. 98

[24] Sproul, R.C. "¿Qué es la Teología Reformada?" (1997) Pág. 131

[25] Packer, J.I. "Teología Concisa" (1993) Pág. 108

[26] Packer, J.I. "Teología Concisa" (1993) Pág. 101

[27] Packer, J.I. "Teología Concisa" (1993) Pág. 193

[28] Sproul, R.C. "¿Qué es la Teología Reformada?" (1997) Pág. 198

[29] Packer, J.I. "Teología Concisa" (1993) Pág. 189

[30] Sproul, R.C. "¿Qué es la Teología Reformada?" (1997) Pág. 203

[31] Corzo, Alejandro. “Mas allá del Sacrificio” (2009) Pág. 154

[32] Packer, J.I. "Teología Concisa" (1993) Pág. 245

[33] Sproul, R.C. "¿Qué es la Teología Reformada?" (1997) Pág. 214

[34] Packer, J.I. "Teología Concisa" (1993) Pág. 177

[35] Sproul, R.C. "¿Qué es la Teología Reformada?" (1997) Pág. 73

[36] Sproul, R.C. "¿Qué es la Teología Reformada?" (1997) Pág. 73

[37] Packer, J.I. "Teología Concisa" (1993) Pág. 270

[38] Packer, J.I. "Teología Concisa" (1993) Pág. 101

[39] Packer, J.I. "Teología Concisa" (1993) Pág. 125

[40] Sproul, R.C. "¿Qué es la Teología Reformada?" (1997) Pág. 102

[41] Packer, J.I. "Teología Concisa" (1993) Pág. 208

[42] Corzo, Alejandro. “Mas allá del Sacrificio” (2009) Pág. 108

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