“Por tanto, pruébese cada uno á sí mismo, y coma así de aquel pan, y beba de aquella copa. Porque el que come y bebe indignamente, juicio come y bebe para sí, no discerniendo el cuerpo del Señor. Por lo cual hay muchos enfermos y debilitados entre vosotros; y muchos duermen.” 1 Corintios 11:27-30
¿Quien es digno de recibir el sacrificio de Cristo? La Santa Cena nos lleva a contestar esta pregunta... todos los días.
Si el hombre no puede alcanzar justicia ni perdón de pecados por sí mismo, entonces necesitamos urgentemente el auxilio del sacrificio de Cristo. Es por sus méritos completos y absolutos que nosotros tenemos acceso a la vida eterna.
Así entonces la Santa Cena es un medio de Gracia, un regalo inmerecido, pues no tenemos ningún derecho por nosotros mismos de disfrutar la comunión con Dios a través de ella, ni de disfrutar la comunión con nuestros hermanos. De hecho, la palabra dice que muchos están débiles, enfermos o incluso muertos al no juzgar correctamente la comunión a travez del pan y del vino.
La iglesia debe entender esto como fue enseñado desde el principio. Nadie puede tomar el cuerpo y la sangre de Cristo, figurada en el pan y en el vino, de manera indigna; y para el Señor el indigno es aquel que olvida que fue redimido, justificado y salvado y se confía de su propia y arrogante valía humana.
Aquel que es digno delante de Dios, es el que todavía se reconoce necesitado, limitado, y que prefiere confiar en el perdón, la Gracia y misericordia del Señor que en sus propias fuerzas o capacidades. Por ello, se considera más pequeño que sus hermanos y, en consecuencia, es capaz de perdonar y aceptar a su prójimo para recibir la promesa de Dios que nos dio en su cuerpo de recibir salud y en su sangre perdón de pecados. Entonces recibiremos en lugar de debilidad, fortaleza, en lugar de enfermedad salud, y en vez de muerte vida.
Vamos, siéntate a la mesa del Señor, y si te reconoces todavía como vil pecador y te sabes no mejor que tus hermanos, eres totalmente digno de hacerlo sin ninguna acusación, para que recibías por la fe poder mutante de parte de Dios.
