"...y libertados del pecado, vinisteis a ser siervos de la justicia.” Romanos 6:18 

La justicia, en su definición más básica, es dar a cada quien lo que se merece. Si esto es así entonces la iglesia somos los más indignos y miserables, pues no hemos recibido lo que merecíamos por nuestros actos y pecados, es decir la muerte; en cambio, por los méritos de Jesucristo hemos recibido salvación y vida eterna, entrada al reino de los cielos, comunión con el Padre y, como no siendo suficiente, gozamos de la bendición diaria de su Espíritu Santo que nos guía y nos regenera, nos provee y nos ayuda.

¡Demos gracias a Dios que su justicia se manifestó en misericordia!

Para el mundo la justicia es condenación más para su hijos, a los que se nos ha revelado el plan eterno es justificación, redención y regeneración. Por eso apreciamos tanto la justicia en los términos de Dios y cuando somos llamados a ser siervos de Justicia es este tipo de justicia la que se nos pide, una llena de perdón y misericordia. Por ello el apóstol Pablo exhorta a que nos consideremos primero a nosotros mismos cuando juzguemos a otros (Galatas 6:1), es decir, no olvidemos que merecíamos condenación y fuimos exonerados por la sangre de Cristo, por tanto, podemos extender compasión, misericordia y perdón también al que merece nuestra condenación. 

Para la Iglesia del principio como la de hoy, la justicia es la capacidad de actuar y luchar conforme lo que es correcto y equitativo para uno mismo y el prójimo teniendo como regla de juicio la palabra de Dios y su obra de redención. No es sencillo el llamado a ser amantes de este tipo de justicia, para eso nos fue dado el Espíritu Santo para ayudarnos en nuestras debilidades y conducirnos a toda justicia y verdad.