Lo que enseñamos

Panorama doctrinal resumido

Iglesia Bíblica de Jesucristo


 

  

1. Las Sagradas Escrituras

Enseñamos que la Biblia es la revelación escrita de Dios al hombre. Por lo tanto, los 66 libros de la Biblia que nos dio el Espíritu Santo constituyen la Palabra de Dios plenaria [inspirada por igual en todas las partes] (1 Corintios 2:7-14; 2. Pedro 1:20-21).

Enseñamos que la Biblia es completamente la Palabra de Dios. Afirmamos que es objetiva (1 Tesalonicenses 2:13; 1 Corintios 2:13), inspirada en cada palabra (2 Timoteo 3:16), absolutamente infalible en los documentos. Por ello declaramos que la Biblia constituye la única regla infalible de fe y práctica (Mateo 5:18; 24:35 ; Juan 10:35; 16: 12-13; 17:17; 1 Corintios 2:13; 2 Timoteo 3:15 -17; Hebreos 4:12; 2 Pedro 1: 20-21).

Enseñamos la interpretación literal, histórica y gramatical de las Escrituras. Por ello afirmamos que toda la Biblia debe leerse e interpretarse como un libro en su estructura respetando las características propias de cada estilo literario en ella. Bajo este principio aceptamos la Biblia como un documento histórico, fiable y fidedigno. Así mismo, reconocemos que la estructura de las lenguas originales y las diferenes traducciones apegadas a estas son confiables (Hechos 7:2-50).

Enseñamos que Dios habló en Su Palabra escrita mediante un proceso de autoría dual. El Espíritu Santo supervisó tanto a los autores humanos que, a través de sus personalidades individuales y diferentes estilos de escritura, compusieron y registraron la Palabra de Dios al hombre (2 Pedro 1: 20-21) sin error en todo o en parte (Mateo 5:18; 2 Timoteo 3:16).

Enseñamos que es responsabilidad de los creyentes la lectura y estudio diligente de las Escrituras. Cada creyente en lo particular debe indagar cuidadosamente la verdadera intención y el significado de las Escrituras, reconociendo que la aplicación adecuada es vinculante para todas las generaciones. (Juan 5:39; Hechos 17:11; Romanos 15:4; 1 Timoteo 4:13; 2 Timoteo 3:15).

 

2. Dios

Enseñamos que hay un solo Dios vivo y verdadero (Deuteronomio 6: 4; Isaías 45:5-7; 1 Corintios 8:4). Dios es Espíritu infinito y omnisciente (Juan 4:24, Salmo 147:5), perfecto en todos Sus atributos, uno en Esencia, eternamente existente en tres Personas: Padre, Hijo y Espíritu Santo (Mateo 28:19; 2 Corintios 13:14), que merece y adoración y obediencia.

Dios el Padre. 

Enseñamos que Dios el Padre es la primera Persona de la Trinidad. Quien ordena y dispone todas las cosas de acuerdo con Su propio propósito y gracia (Salmo 145:8-9; 1 Corintios 8:6). Él es el Creador de todas las cosas (Génesis 1:1-31; Efesios 3:9). Como el único Gobernante absoluto y omnipotente del universo, es soberano en la creación, la providencia y la redención (Salmo 103:19; Romanos 11:36). Su paternidad involucra tanto Su designación dentro de la Trinidad como Su relación con la humanidad. Como Creador, es Padre de todos los hombres (Efesios 4:6), pero es Padre espiritual solo para los creyentes (Juan 1:12-13; Romanos 8:14; 2 Corintios 6:18). Él ha decretado para Su propia gloria todas las cosas que suceden (Efesios 1:11). Él continuamente sostiene, dirige y gobierna todas las criaturas y eventos (1 Crónicas 29:11). En Su soberanía, Él no es el autor ni aprobador del pecado (Habacuc 1:13; Juan 8:38-47), ni limita la responsabilidad de las criaturas morales e inteligentes (1 Pedro 1:17). Él ha escogido gentilmente desde la eternidad pasada a aquellos a quienes Él quisiera tener como Suyos (Romanos 8:29; Efesios 1:4-6); Él salva del pecado a todos los que se acercan a Él por medio de Jesucristo; adopta como Suyos a todos los que se acercan a Él, y se convierte, al ser adoptados, en Padre de los Suyos (Juan 1:12; Romanos 8:15; Gálatas 4:5; Hebreos 12:5-9).

Dios el Hijo.

Enseñamos que Jesucristo es la segunda Persona de la Trinidad. Por lo que posee todas las excelencias divinas, y en ellas Él es coigual, consustancial y coeterno con el Padre (Juan 10:30; 14:9).

Enseñamos que el Hijo, como Dios, participó en la creación. Dios el Padre creó todas las cosas de acuerdo a Su propia voluntad, a través de Su Hijo, Jesucristo, por quien todas las cosas continúan existiendo y operando (Juan 1:3; Colosenses 1:15-17; Hebreos 1:2).

Enseñamos que el Verbo, el Hijo eterno, tomó naturaleza humana en la Encarnación. La segunda Persona de la Trinidad, sin alterar Su naturaleza divina ni renunciar a ninguno de los atributos divinos, se despojó de Su reputación al asumir una naturaleza humana plena consustancial a la nuestra, pero sin pecado. (Filipenses 2:5-8; Hebreos 4:15; 7:26).

Enseñamos que Jesucristo tiene dos naturalezas: humana y divina. Fue concebido por el Espíritu Santo en el vientre de la virgen María (Lucas 1:35). Y por lo tanto nació de una mujer (Gálatas 4:4-5), de modo que dos naturalezas completas, perfectas y distintas, lo divino y lo humano, se unieron en una sola persona, sin confusión, sin cambio, sin división ni separación. Él es, por tanto, verdadero Dios y verdadero hombre, pero un solo Cristo, el único mediador entre Dios y el hombre (1 Timoteo 2:5). En Su encarnación, Cristo poseyó plenamente Su naturaleza divina, atributos y prerrogativas (Colosenses 2:9; cf. Lucas 5:18-26; Juan 16:30; 20:28). Sin embargo, en el estado de Su humillación, no siempre expresó plenamente la gloria de Su majestad, ocultándola detrás del velo de Su humanidad genuina (Mateo 17:2; Marcos 13:32; Filipenses 2:5-8). Según Su naturaleza humana, actúa en sumisión al Padre (Juan 4:34; 5:19, 30; 6:38) por el poder del Espíritu Santo (Isaías 42:1; Mateo 12:28; Lucas 4:1,14), mientras que, de acuerdo con Su naturaleza divina, Él actúa por Su autoridad y poder como el Hijo eterno (Juan 1:14; cf. 2:11; 10: 37-38; 14: 10-11).

Enseñamos que nuestro Señor Jesucristo logró nuestra redención mediante el derramamiento de Su sangre y la muerte en sacrificio en la cruz. Su muerte fue voluntaria, vicaria, sustitutiva, propiciatoria y redentora (Juan 10:15; Romanos 3:24-25; 5:8; 1 Pedro 2:24).

Enseñamos la redención eficaz del sacrificio de Cristo. Sobre la base de la eficacia de la muerte de nuestro Señor Jesucristo, el pecador creyente es liberado del castigo, la pena, el poder y un día, la presencia misma del pecado; y que es declarado justo, recibe vida eterna y es adoptado en la familia de Dios (Romanos 3:25; 5:8-9; 2 Corintios 5:14-15; 1 Pedro 2:24 ; 3:18).

Enseñamos que nuestra justificación está asegurada. Tenemos seguridad de salvación por Su resurrección literal y física de entre los muertos y Su ascensión hasta la diestra del Padre, donde ahora actúa como nuestro Abogado y Sumo Sacerdote (Mateo 28:6; Lucas 24:38-39; Hechos 2:30-31; Romanos 4:25; 8:34; Hebreos 7:25; 9:24; 1 Juan 2:1).

Enseñamos la seguridad de Su resurrección y Sus promesas por medio de esta. En la resurrección de Jesucristo de la tumba, Dios confirmó la deidad de Su Hijo y dio prueba de que Dios ha aceptado la obra expiatoria de Cristo en la cruz. La resurrección corporal de Jesús es también la garantía de una vida futura de resurrección para todos los creyentes (Juan 5:26-29; 14:19; Romanos 1:4; 4:25; 6:5-10; 1 Corintios 15:20, 23).

Enseñamos la segunda venida de Jesucristo y el Arrebatamiento. Nuestro Señor volverá como lo prometió para recibir a la iglesia, que es Su Cuerpo, en el arrebatamiento o rapto, y al regresar con Su iglesia en gloria, establecerá Su reino milenial en la Tierra (Hechos 1:9-11; 1 Tesalonicenses 4:13-18; Apocalipsis cap. 20).

Enseñamos que el Señor Jesucristo es Aquel a través de quien Dios juzgará a toda la humanidad (Juan 5:22-23).

  • Creyentes (1 Corintios 3:10-15; 2 Corintios 5:10)
  • Habitantes vivos de la Tierra en Su glorioso regreso (Mateo 25:31-46)
  • Muertos incrédulos en el Gran Trono Blanco (Apocalipsis 20:11-15)

Él es Mediador entre Dios y el hombre (1 Timoteo 2:5), la Cabeza de Su Cuerpo la iglesia (Efesios 1:22; 5:23; Colosenses 1:18), y el Rey universal venidero que reinará en el trono de David (Isaías 9:6; Lucas 1:31-33), para juzgar al final de todos los que no ponen su confianza en Él como Señor y Salvador (Mateo 25: 14-46; Hechos 17: 30-31).

Dios el Espíritu Santo.

Enseñamos que el Espíritu Santo es una Persona divina. Como la tercera persona de la Trinidad, el Espíritu Santo es eterno, posee todos los atributos de personalidad y deidad, incluyendo intelecto (1 Corintios 2:10-13), emociones (Efesios 4:30), voluntad (1 Corintios 12:11), eternidad (Hebreos 9:14), omnipresencia (Salmo 139:7-10), omnisciencia (Isaías 40:13-14), omnipotencia (Romanos 15:13) y veracidad (Juan 16:13).

En todos los atributos divinos, Él es coigual y consustancial con el Padre y el Hijo (Mateo 28:19; Hechos 5:3-4; 28:25-26; 1 Corintios 12:4-6; 2 Corintios 13:14; Jeremías 31:31-34; Hebreos 10:15-17).

Enseñamos que es obra del Espíritu Santo ejecutar la voluntad divina en relación con toda la humanidad. Reconocemos Su actividad soberana en la creación (Génesis 1:2), la Encarnación del Hijo (Mateo 1:18), la revelación escrita (2 Pedro 1:20-21) y la obra de salvación (Juan 3:5-7).

Enseñamos que la obra del Espíritu Santo en esta era comenzó en Pentecostés. Cuando vino del Padre como lo prometió Cristo (Juan 14:16-17; 15:26) para iniciar y completar la construcción del Cuerpo de Cristo, que es Su iglesia (1 Corintios 12:13). El amplio alcance de Su actividad divina incluye convencer al mundo de pecado, justicia y juicio; glorificando al Señor Jesucristo y transformando a los creyentes a Su imagen (Juan 16:7-9; Hechos 1:5; 2:4; Romanos 8:29; 2 Corintios 3:18; Efesios 2:22).

Enseñamos que el Espíritu Santo es el Agente sobrenatural y soberano en la regeneración. Bautizando a todos los creyentes en el Cuerpo de Cristo (1 Corintios 12:13). El Espíritu Santo también habita, santifica, instruye, les da poder para el servicio y los sella para el día de la redención (Romanos 8:9; 2 Corintios 3:6; Efesios 1:13).

Enseñamos que el Espíritu Santo es el Maestro divino. Quien guió a los apóstoles y profetas a toda la verdad mientras se comprometían a escribir la revelación de Dios, la Biblia (2 Pedro 1:19-21).

Enseñamos que todo creyente posee la presencia del Espíritu Santo en el interior desde el momento de la salvación. Es decir, el bautismo en Espíritu Santo del que habla la Biblia es para todos los creyentes desde el momento de su conversión (1 Corintios 12:13). Y es deber de todos los nacidos del Espíritu buscar ser llenos (guiados, controlados y gobernados) por el Espíritu (Juan 16:13; Romanos 8:9; Efesios 5:18; 1 Juan 2:20,27).

Enseñamos que el Espíritu Santo es soberano en el otorgamiento, administración  e impartición de los dones espirituales a la iglesia. Todos los dones pertenecen al Espíritu Santo los cuales son vigentes y actuales para el perfeccionamiento de los Santos de hoy. El Espíritu Santo no se glorifica a Sí mismo ni a Sus dones con exhibiciones ostentosas, pero sí glorifica a Cristo al implementar Su obra de redimir a los perdidos y edificar a los creyentes en la fe más santa por medios de Sus dones (Juan 16:13-14; Hechos 1:8; Romanos 12:6-8; 1 Corintios 12:4-11; 2 Corintios 3:18; 1 Corintios 12:4-11; 13:8-10; 2 Corintios 12:12; Efesios 4:7-12; Hebreos 2:1-4).

 

3. Los ángeles

Santos ángeles. 

Enseñamos que los ángeles son seres creados y, por lo tanto, no deben ser invocados ni adorados. Aunque son un orden de creación más alto que el hombre, fueron creados para servir a Dios y adorarlo (Lucas 2:9-14; Hebreos 1:6-7,14; 2:6-7; Apocalipsis 5:11-14; 19:10; 22:9).

Ángeles caídos. 

Enseñamos que Satanás es un ángel creado e incitador del pecado (1 Crónicas 21:1; Juan 8:44). Él incurrió en el juicio de Dios al rebelarse contra su Creador (Isaías 14:12-17; Ezequiel 28:11-19), llevando consigo a numerosos ángeles en su caída (Mateo 25:41; Apocalipsis 12:1-14), e introduciendo el pecado en la raza humana al tentar a Eva (Génesis 3:1-15).

Enseñamos que Satanás es el enemigo declarado y abierto de Dios y del hombre (Isaías 14:13-14; Mateo 4:1-11; Apocalipsis 12:9-10). Él es el príncipe de este mundo, que ha sido derrotado por la muerte y resurrección de Jesucristo (Juan 12:31; Romanos 16:20); y que será castigado eternamente en el lago de fuego (Isaías 14:12-17; Ezequiel 28:11-19; Mateo 25:41; Apocalipsis 20:10).

 

4. El hombre

Enseñamos que el hombre fue creado directa e inmediatamente por Dios a Su imagen y semejanza. El hombre fue creado libre de pecado con una naturaleza racional, inteligencia, voluntad, autodeterminación y responsabilidad moral para con Dios (Génesis 2:7,15-25; Santiago 3:9).

Enseñamos que la intención de Dios en la creación del hombre fue que el hombre glorifique a Dios, disfrute de la comunión de Dios y viva su vida en la voluntad de Dios.  Y de esta manera el hombre cumpla el propósito de Dios en el mundo (Isaías 43:7; Colosenses 1:16; Apocalipsis 4:11).

Enseñamos que en el pecado de desobediencia de Adán el hombre se corrompió y perdió toda oportunidad al de salvación. Al desobedecer la voluntad revelada y la Palabra de Dios, el hombre perdió su inocencia, incurrió en el castigo de la muerte espiritual y física, quedó sujeto a la ira de Dios y se volvió inherentemente corrupto y completamente incapaz de elegir o hacer lo que es aceptable a Dios sin la gracia divina. Sin poderes de recuperación que le permitan redimirse, el hombre está desesperadamente perdido. 

Por lo tanto, la salvación del hombre es totalmente por la gracia de Dios a través de la obra redentora de nuestro Señor Jesucristo (Génesis 2:16-17; 3:1-19; Juan 3:36; Romanos 3:23; 6:23; 1 Corintios 2:14; Efesios 2:1-3; 1 Timoteo 2:13-14; 1 Juan 1:8).

Enseñamos que el pecado se ha transmitido a todos los hombres. Por cuanto  todos los hombres estaban representados en Adán, una naturaleza corrompida por el pecado de Adán se ha transmitido a todos los hombres de todas las edades de la Tierra, siendo Jesucristo la única excepción. Por tanto, todos los hombres son pecadores por naturaleza, por elección y por declaración divina (Salmo 14:1-3; Jeremías 17:9; Romanos 3:9-18, 23; 5:10-12).

 

5. La Salvación

Enseñamos que la salvación viene, es y ocurre totalmente de Dios. Dado que el hombre es pecador por naturaleza y objeto de corrupción, la única manera de salvarse es por la decisión misericordiosa de Dios quien, por gracia y sobre la base de la redención de Jesucristo, la otorga a quien le place. Siendo así el mérito para ser salvos Su sangre derramada, y no la base del mérito u obras humanas (Juan 1:12; Efesios 1:7; 2:8-10; 1 Pedro 1:18-19).

Regeneración. 

Enseñamos que la regeneración es una obra sobrenatural del Espíritu Santo. Por la cual se dan la naturaleza divina y la vida divina (Juan 3: 3-7; Tito 3:5). Es instantáneo y se logra únicamente por el poder del Espíritu Santo a través de la instrumentalidad de la Palabra de Dios (Juan 5:24) cuando el pecador arrepentido, habilitado por el Espíritu Santo, responde con fe a la provisión divina de la salvación. 

Enseñamos que la evidencia de la regeneración es la capacidad de hacer obras buenas por el poder del Espíritu Santo posterior a la salvacion. La regeneración genuina se manifiesta mediante frutos dignos de arrepentimiento, como se demuestra en actitudes y conductas rectas. Las buenas obras son la evidencia apropiada y el fruto de la regeneración (1 Corintios 6:19-20; Efesios 2:10), y se experimentará en la medida en que el creyente se someta al control del Espíritu Santo en su vida a través de la obediencia fiel a la Palabra de Dios (Efesios 5:17-21; Filipenses 2:12b; Colosenses 3:16; 2 Pedro 1:4-10). Esta obediencia hace que el creyente se conforme cada vez más a la imagen de nuestro Señor Jesucristo (2 Corintios 3:18). Tal conformidad culmina en la glorificación del creyente en la venida de Cristo (Romanos 8:17; 2 Pedro 1:4; 1 Juan 3:2-3).

Elección. 

Enseñamos que la elección es un acto de Dios. Por el cual, antes de la fundación del mundo, en la eternidad pasada, escogió en Cristo a aquellos a quienes Él con gracia regenera, salva y santifíca (Romanos 8: 28-30; Efesios 1: 4-11; 2 Tesalonicenses 2:13; 2 Timoteo 2:10; 1 Pedro 1:1-2).

Enseñamos que la elección soberana no contradice ni niega la responsabilidad del hombre de arrepentirse y confiar en Cristo como Salvador y Señor (Ezequiel 18:23, 32; 33:11; Juan 3:18-19, 36; 5:40; Romanos 9:22-23; 2 Tesalonicenses 2:10-12; Apocalipsis 22:17). Sin embargo, dado que la gracia soberana incluye los medios para recibir el don de la salvación, así como el don mismo, la elección soberana resultará en lo que Dios determine. Todos los que el Padre llama a Sí mismo, vendrán con fe, y todos los que vienen con fe, el Padre los recibirá (Juan 6: 37-40; Hechos 13:48; Santiago 4:8).

Enseñamos que la salvación es solo por Gracia. Esto significa que es un favor inmerecido que Dios concede a los pecadores totalmente depravados y no está relacionado con ninguna iniciativa de su propia parte o con la anticipación de Dios de lo que podrían hacer por su propia voluntad, sino que es únicamente de Su gracia y misericordia soberanas (Efesios 1:4-7; Tito 3:4-7; 1 Pedro 1:2).

Justificación. 

Enseñamos que la justificación es un acto de Dios (Romanos 8:33). Por el cual Él declara justos a aquellos que, mediante la fe en Cristo, se arrepienten de sus pecados (Lucas 13:3; Hechos 2:38; 3:19; 11:18; Romanos 2:4; 2 Corintios 7:10; Isaías 55:6-7) y lo confiesan como Señor soberano (Romanos 10:9-10; 1 Corintios 12:3; 2 Corintios 4:5; Filipenses 2:11). Esta justicia está separada de cualquier virtud u obra del hombre (Romanos 3:20; 4:6) e involucra la imputación de nuestros pecados a Cristo (Colosenses 2:14; 1 Pedro 2:24 ) y la imputación de la justicia de Cristo a nosotros (1 Corintios 1:30; 2 Corintios 5:21). De esta manera, Dios puede "ser justo y el que justifica al que tiene fe en Jesús" (Romanos 3:26).

Santificación. 

Enseñamos que todo creyente es santificado (apartado) para Dios por la justificación. Por lo tanto, es declarado santo e identificado como santo. Esta santificación es posicional e instantánea y no debe confundirse con la santificación progresiva. Esta santificación tiene que ver con la posición del creyente, no con su caminar o condición actual (Hechos 20:32; 1 Corintios 1: 2, 30; 6:11; 2 Tesalonicenses 2:13; Hebreos 2:11; 3:1; 10:10,14; 13:12; 1 Pedro 1:2).

Enseñamos, ademas, una santificación progresiva. La cual existe por la obra del Espíritu Santo. Por medio de esta santificación progresiva el estado del creyente se acerca a la posición que el creyente disfruta posicionalmente a través de la justificación. A través de la obediencia a la Palabra de Dios y el empoderamiento del Espíritu Santo, el creyente puede vivir una vida de santidad creciente en conformidad con la voluntad de Dios, volviéndose cada vez más como nuestro Señor Jesucristo (Juan 17:17, 19; Romanos 6:1-22; 2 Corintios 3:18; 1 Tesalonicenses 4:3-4; 5:23).

A este respecto, enseñamos que toda persona salva está envuelta en un conflicto diario — la nueva creación en Cristo lucha contra la carne — pero se hace la provisión adecuada para la victoria a través del poder del Espíritu Santo que mora en nosotros. Sin embargo, la lucha permanece con el creyente a lo largo de esta vida terrenal y nunca termina por completo. Todas las afirmaciones de la erradicación del pecado en esta vida no son bíblicas. La erradicación del pecado no es posible, pero el Espíritu Santo proporciona la victoria sobre el pecado (Gálatas 5:16-25; Efesios 4:22-24; Filipenses 3:12; Colosenses 3: 9-10; 1 Pedro 1:14- 16; 1 Juan 3:5-9).

Consagración. 

Enseñamos que la separación del pecado es claramente necesaria a lo largo del Antiguo y Nuevo Testamento. Todas las Escrituras indican claramente que en los últimos días aumentará la apostasía y la mundanalidad (2 Corintios 6:14-7:1; 2 Timoteo 3:1- 5), por ello el llamado a la consagración es una realidad bíblica que el creyente debe conocer y puede experimentar.

Enseñamos que todo creyente debe y puede buscar la consagración. Debido a una profunda gratitud por la gracia inmerecida de Dios que se nos ha otorgado, y porque nuestro glorioso Dios es tan digno de nuestra total consagración, todos los salvos deben vivir de tal manera que demuestren su amor de adoración a Dios para no traer oprobio a nuestro Señor y Salvador. También enseñamos que Dios nos ordena la separación de toda apostasía religiosa y de las prácticas mundanas y pecaminosas (Romanos 12:1-2, 1 Corintios 5:9-13; 2 Corintios 6:14-7: 1; 1 Juan 2:15-17; 2 Juan 9-11).

Enseñamos que los creyentes deben ser separados para nuestro Señor Jesucristo (2 Tesalonicenses 1:11-12; Hebreos 12:1-2) Afirmamos que la vida cristiana es una vida de justicia obediente que refleja la enseñanza de las Bienaventuranzas (Mateo 5:2-12) y una búsqueda continua de la santidad (Romanos 12:1-2; 2 Corintios 7:1; Hebreos 12:14; Tito 2:11-14; 1 Juan 3:1-10).

Seguridad y perseverancia.

Enseñamos que la seguridad de la salvación es firme, suficiente y es para siempre. Todos los redimidos, una vez salvos, son guardados por el poder de Dios y, por lo tanto, están seguros en Cristo para siempre (Juan 5:24; 6:37-40; 10:27-30; Romanos 5:9-10; 8:1,31-39; 1 Corintios 1:4-8; Efesios 4:30; Hebreos 7:25; 13:5; 1 Pedro 1:5; Judas 24).

Enseñamos que es un privilegio de los creyentes regocijarse en la seguridad de su salvación. Como creyentes podemos vivir una seguridad positiva en nuestras salvación por medio de Jesucristo a través del testimonio de la Palabra de Dios, la cual, sin embargo, prohíbe claramente el uso de la libertad cristiana como una ocasión para una vida pecaminosa y carnal (Romanos 6:15-22; 13:13-14; Gálatas 5:13, 25-26; Tito 2:11-14).

 

6. La Iglesia

Enseñamos que todos los que ponen su fe en Jesucristo son parte de la Iglesia. Todos aquellos que creen en Jesucristo y lo declaran su Señor y Salvador son colocados inmediatamente por el Espíritu Santo en un Cuerpo espiritual unido, la iglesia (1 Corintios 12:12-13), la esposa de Cristo (2 Corintios 11:2; Efesios 5:23-32; Apocalipsis 19:7-8), de la cual Cristo es la Cabeza (Efesios 1:22; 4:15; Colosenses 1:18).

Enseñamos que la formación de la iglesia visible, el Cuerpo de Cristo, comenzó el día de Pentecostés (Hechos 2:1-21, 38-47). Y se completará con la venida de Cristo por los Suyos en el arrebatamiento (1 Corintios 15:51-52; 1 Tesalonicenses 4:13-18).

Enseñamos que la iglesia es un organismo espiritual único diseñado por Cristo. Compuesto por todos los creyentes nacidos de nuevo en esta era presente juntamente con los santos de todos los tiempos (Efesios 2:11-3:6).

Enseñamos que la Iglesia es distinta de Israel (1 Corintios 10:32). Aunque es una verdad bíblica que hubo creyentes en el Mesías en el Antiguo Testamento (1 Pedro 1:10-12) y estos bien pueden formar parte de la iglesia, Israel como nación tendrá un trato especial por Dios separado de la Iglesia. Este es un misterio no revelado hasta esta era (Efesios 3:1-6; 5:32).

Enseñamos la bíblica e importancia de las iglesias locales. Vemos que el establecimiento y la continuidad de las iglesias locales se enseña y define claramente en las Escrituras del Nuevo Testamento (Hechos 14:23, 27; 20:17, 28; Gálatas 1:2; Filipenses 1:1; 1 Tesalonicenses 1:1; 2 Tesalonicenses 1:1) y que se ordena a los miembros del único Cuerpo espiritual que se asocien en asambleas locales (1 Corintios 11: 18-20; Hebreos 10:25).

Enseñamos que la única autoridad suprema para la iglesia es Cristo (1 Corintios 11:3; Efesios 1:22; Colosenses 1:18). El liderazgo, los dones, el orden, la disciplina y la adoración (incluyendo el uso de la música, los cantos y la danza) de la iglesia son todos designados a través de Su soberanía como se encuentra en las Escrituras. 

Enseñamos un gobierno plural-pastoral. Los oficiales designados bíblicamente que sirven bajo Cristo y sobre la asamblea son ancianos, también llamados obispos, pastores y pastores maestros (Hechos 20:28; Efesios 4:11) y diáconos, los cuales deben cumplir con los requisitos bíblicos (1 Timoteo 3:1-13; Tito 1:5-9; 1 Pedro 5:1-5).

Enseñamos que estos líderes dirigen o gobiernan como siervos de Cristo (1 Timoteo 5:17-22). Tienen la autoridad de Dios para dirigir la iglesia como una delegación y no como un derecho. La congregación debe aceptar y someterse en amor a su liderazgo (Hebreos 13:7,17). Los cuales deben enseñar e impulsar la importancia del discipulado (Mateo 28:19-20; 2 Timoteo 2:2), la responsabilidad mutua de todos los creyentes entre sí (Mateo 18:5-14), así como la necesidad de disciplinar a los miembros de la Iglesia. 

Enseñamos que la congregación debe caminar de acuerdo con las normas de la Escritura. La iglesia local tiene un manual de doctrina, conducta y disciplina y este es irremisiblemente la Biblia misma a la cual nos sometemos de manera primaria en la toma de desiciones en la vida de la iglesia local. (Mateo 18:15-22; Hechos 5:1-11; 1 Corintios 5:1-13; 2 Tesalonicenses 3:6-15; 1 Timoteo 1:19-20; Tito 1:10-16).

Enseñamos la autonomía de la iglesia local. Cada iglesia local es libre de cualquier autoridad o control externo, con el derecho de autogobierno y libre de la interferencia de cualquier jerarquía de individuos u organizaciones (Tito 1:5). Es bíblico que las iglesias verdaderas cooperen entre sí para la presentación y propagación de la fe, sin embargo, cada iglesia local, a través de sus ancianos y su interpretación y aplicación de las Escrituras, debe ser el único juez de la medida y el método de su cooperación. Los ancianos también deben determinar todos los demás asuntos de membresía, política, disciplina, benevolencia y gobierno (Hechos 15:19-31; 20:28; 1 Corintios 5: 4-7, 13; 1 Pedro 5: 1-4).

Enseñamos que el propósito de la iglesia es glorificar a Dios (Efesios 3:21). Al hacerlo, la iglesia trabaja para edificarse en la fe (Efesios 4:13-16), mediante la instrucción de la Palabra (2 Timoteo 2:2,15; 3:16-17), por compañerismo (Hechos 2:47; 1 Juan 1:3), guardando las ordenanzas (Lucas 22:19; Hechos 2:38-42) y haciendo avanzar el Evangelio comunicándolo al mundo entero (Mateo 28:19; Hechos 1:8; 2:42).

Enseñamos el llamado de todos los santos a la obra de servicio (1 Corintios 15:58; Efesios 4:12; Apocalipsis 22:12). Todo miembro de una iglesia local debe tener la necesidad y disposición de cooperar con Dios mientras Él cumple Su propósito en el mundo. Con ese fin, Dios le da dones espirituales a la iglesia. Él da hombres escogidos con el propósito de equipar a los santos para la obra del ministerio (Efesios 4:7-12), y también da habilidades espirituales únicas y especiales a cada miembro del Cuerpo de Cristo (Romanos 12:5-8; 1 Corintios 12:4-31; 1 Pedro 4:10-11).

Enseñamos la relevancia de la Consejería y Ministración al alma. Como una práctica que debe funcionar en toda la iglesia para edificación mutua y poder llevar las cargas los unos de los otros. (2 Corintios 8:10; Gálatas 6:2; Romanos 14:19).

Enseñamos la importancia de la oración por los necesitados. Estando seguros de que Dios escucha y contesta la oración de fe y responderá de acuerdo con Su propia voluntad perfecta, oramos e intercedemos de manera particular o corporativa por los enfermos, los que sufren y los afligidos (Lucas 18:1-6; Juan 5:7-9; 2 Corintios 12:6-10; Santiago 5:13-16; 1 Juan 5:14-15).

Enseñamos que se han encomendado dos ordenanzas a la iglesia local: el Bautismo en agua y la Cena del Señor(Hechos 2:38-42). El bautismo cristiano por inmersión (Hechos 8:36-39) es el testimonio solemne y hermoso de un creyente que muestra su fe en el Salvador crucificado, sepultado y resucitado, y su unión con Él en la muerte al pecado y la resurrección a una nueva vida. (Romanos 6:1-11). También es una señal de comunión e identificación con el Cuerpo visible de Cristo (Hechos 2:41-42).

La Cena del Señor es la conmemoración y proclamación de Su muerte hasta que Él venga, y siempre debe ir precedida de un autoexamen solemne (1 Corintios 11:28-32). También enseñamos que, mientras que los elementos de la Comunión son sólo representativos de la carne y la sangre de Cristo, la participación en la Cena del Señor es, sin embargo, una comunión real con el Cristo resucitado, que habita en cada creyente y, por lo tanto, está presente, en comunión con Su pueblo. (1 Corintios 10:16).

 

7. Los dones espirituales 

Enseñamos la vigencia actual de los dones espirituales y su propósito bíblico. Los dones espirituales dentro de la iglesia deben operar hoy para el equipamiento de los Santos y todos deben ser para edificación colectiva de la iglesia (Romanos 12:6-8).

Enseñamos qué hay dos tipos de dones dados a la iglesia: Dones de edificación (Hebreos 2:3-4; 2 Corintios 12:12); y dones ministeriales o servicio, dados para equipar a los creyentes para edificarse unos a otros (Romanos 12:6-8; Efesios 4:11-13).

Enseñamos que la revelación y profecía completa para la iglesia esta en las Escrituras. Con la revelación del Nuevo Testamento la Escritura se convierte en la única prueba de la autenticidad del mensaje de un hombre, por lo que ya no es necesaria revelación nueva para validar a un hombre o su mensaje (1 Corintios 13:8-12). 

Enseñamos sobre la prudencia en el uso de los dones milagrosos. Aunque no negamos la posible manifestación de milagros creemos que debemos ser cautelosos ante su manifestación, pues estos pueden incluso ser falsificados por Satanás para engañar a los creyentes (1 Corintios 13:13-14; Apocalipsis 13:13-14).

 

8. Las últimas cosas

Muerte. 

Enseñamos que el creyente trasciende después de la muerte. La muerte física no implica la pérdida de nuestra conciencia inmaterial (Apocalipsis 6:9-11), el alma de los redimidos pasa inmediatamente a la Presencia de Cristo (Lucas 23:43; Filipenses 1:23; 2 Corintios 5:8), hay una separación de alma y cuerpo (Filipenses 1:21-24); para los redimidos, dicha separación continuará hasta el arrebatamiento o rapto de la iglesia que será luego de la resurrección (1 Tesalonicenses 4:13-17; Apocalipsis 20:4-6), cuando nuestra alma y cuerpo se reunirán para ser glorificados para siempre con nuestro Señor (Filipenses 3:21; 1 Corintios 15:35-44, 50-54). Hasta ese momento, las almas de los redimidos en Cristo permanecen en gozosa comunión con nuestro Señor Jesucristo (2 Corintios 5:8).

Enseñamos la resurrección corporal de todos los hombres. Los salvos para vida eterna (Juan 6:39; Romanos 8:10-11,19-23; 2 Corintios 4:14), y los inconversos para juicio y castigo eterno (Daniel 12:2; Juan 5:29; Apocalipsis 20:13-15).

Enseñamos sobre el juicio después de la muerte para los que nieguen a Cristo. Las almas de los inconversos al morir se mantienen bajo castigo hasta la segunda resurrección (Lucas 16:19-26; Apocalipsis 20:13-15), cuando el alma y el cuerpo resucitado se unirán (Juan 5:28-29). Entonces aparecerán en el Juicio del Gran Trono Blanco (Apocalipsis 20:11-15) y serán arrojados al infierno, el lago de fuego (Mateo 25:41-46), cortados de la vida de Dios para siempre (Daniel 12:2; Mateo 25:41-46; 2 Tesalonicenses 1:7-9).

El Arrebatamiento de la Iglesia.

Enseñamos el regreso personal y corporal de nuestro Señor Jesucristo por Su iglesia. El cual ocurrirá antes de la tribulación de siete años (1 Tesalonicenses 4:16; Tito 2:13) para trasladar Su iglesia de esta Tierra (Juan 14:1-3; 1 Corintios 15:51-53; 1 Tesalonicenses 4:15 al 5:11) y, entre este evento y Su glorioso regreso con Sus santos, recompensar a los creyentes según sus obras (1 Corintios 3:11-15; 2 Corintios 5:10).

El período de la tribulación. 

Enseñamos que habrá un periodo de juicios sobre la Tierra. Inmediatamente después de la remoción de la iglesia de la Tierra (Juan 14:1-3; 1 Tesalonicenses 4:13-18) los justos juicios de Dios serán derramados sobre un mundo incrédulo (Jeremías 30:7; Daniel 9:27; 12:1; 2 Tesalonicenses 2:7-12; Apocalipsis 16), y que estos juicios culminarán con el regreso de Cristo en gloria a la Tierra (Mateo 24:27-31; 25:31-46; 2 Tesalonicenses 2:7-12). En ese momento los santos del Antiguo Testamento y de la tribulación serán resucitados y los vivos serán juzgados (Daniel 12:2-3; Apocalipsis 20:4-6). Este período incluye la semana setenta de la profecía de Daniel (Daniel 9:24-27; Mateo 24:15-31; 25:31-46).

La Segunda Venida y el Reino Milenial. 

Enseñamos que Cristo vendrá a la Tierra para ocupar el trono de David (Mateo 25:31; Lucas 1:31-33; Hechos 1:10-11; 2:29-30). Esto ocurrirá después del período de tribulación, y establecerá Su reino mesiánico por mil años en la Tierra (Apocalipsis 20:1-7). Durante este tiempo, los santos resucitados reinarán con Él sobre Israel y todas las naciones de la Tierra (Ezequiel 37:21-28; Daniel 7:17-22; Apocalipsis 19:11-16). Este reinado será precedido por el derrocamiento del Anticristo y el Falso Profeta, y por la remoción de Satanás del mundo (Daniel 7:17-27; Apocalipsis 20:1-7).

Enseñamos que el Reino mismo será el cumplimiento de la promesa de Dios a Israel (Isaías 65:17-25; Ezequiel 37:21-28; Zacarías 8:1-17). Dios cumplirá en este tiempo Su promesa de restaurarlos a la Tierra que perdieron por su desobediencia (Deuteronomio 28:15-68). El resultado de su desobediencia fue que Israel fue puesto temporalmente a un lado (Mateo 21:43; Romanos 11:1-26), pero se despertará nuevamente a través del arrepentimiento para entrar en la tierra de bendición (Jeremías 31:31-34; Ezequiel 36:22-32; Romanos 11:25-29).

Enseñamos que el reinado de Cristo será de paz y plenitud real y tangible. Este tiempo del reinado de nuestro Señor se caracterizará por la armonía, la justicia, la paz, la rectitud y una larga vida (Isaías 11:1-16; Isaías 65:17-25; Ezequiel 36:33-38), y llegará a su fin con la liberación de Satanás por un poco de tiempo (Apocalipsis 20:7).

Enseñamos acerca de la liberación de Satanás luego de los mil años. Después de la liberación de Satanás, luego del reinado de Cristo de mil años (Apocalipsis 20: 7), Satanás engañará a las naciones de la Tierra y las reunirá para luchar contra los santos y la ciudad amada, momento en el cual Satanás y su ejército será devorado por fuego del cielo (Apocalipsis 20:9). Después de esto, Satanás será arrojado al lago de fuego y azufre (Mateo 25:41; Apocalipsis 20:10), después de lo cual Cristo, quien es el Juez de todos los hombres (Juan 5:22), los resucitará y juzgará a los grandes y pequeños en el Juicio del Gran Trono Blanco.

Enseñamos que esta resurrección de los muertos inconversos al juicio será una resurrección física, después de lo cual, al recibir Su juicio (Juan 5:28-29), serán confiados a un castigo eterno consciente en el lago de fuego (Mateo 25:41; Apocalipsis 20:11-15).

La Eternidad. 

Enseñamos que todos los escogidos por Dios que serán salvos entrarán en un estado de gloria y eternidad con Dios.Esto ocurrirá después del fin del milenio, la liberación temporal de Satanás y el juicio de los incrédulos (2 Tesalonicenses 1:9; Apocalipsis 20:7-15). 

Los salvos entrarán en el estado eterno de gloria con Dios, después de lo cual los elementos de esta Tierra deben ser disueltos (2 Pedro 3:10) y reemplazados por una Tierra nueva, en la que solo mora la justicia (Efesios 5:5; Apocalipsis 20:15; 21:1-27; 22:1-21). Después de esto, la ciudad celestial descenderá del cielo (Apocalipsis 21:2) y será la morada de los santos, donde disfrutarán para siempre de la comunión con Dios y unos con otros (Juan 17:3; Apocalipsis 21:1-27, 22:1-21). 

Nuestro Señor Jesucristo, habiendo cumplido Su misión redentora, entregará el Reino a Dios Padre (1 Corintios 15:24-28), para que en todas las esferas el Dios trino reine por los siglos de los siglos (1 Corintios 15:28). 


 
 

 

(Para ver la Confesión de fe completa y detallada de nuestra congregación)

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