“El primer día de la semana, reunidos los discípulos para partir el pan, Pablo les enseñaba...” Hechos 20:7

Si bien el bautismo en agua era una declaración pública que practicaba la iglesia del principio, la celebración de la Santa Cena era el acto privado que acostumbraban a hacer aquellos que ahora eran discípulos de Jesucristo.

La importancia de la Santa Cena radica en que ésta, al igual que el bautismo, es una declaración obvia de la obra redentora de Jesucristo a travéz de su muerte y resurrección. Es una celebración que debe traer a nuestra memoria que fuimos rescatados y redimidos por su cuerpo que fue partido representado en el pan y por su sangre derramada en la cruz representada en la copa de vino.

El ser humano es dado a olvidar fácilmente y en consecuencia ser ingrato. Para ayudarnos en esta debilidad común a nosotros, Jesucristo dejo la ordenanza de comer pan y vino todas las veces que podamos para recordarnos que no podíamos salvarnos y estábamos condenados a morir eternamente. Por ello, la Santa Cena es una fiesta que los discípulos de hoy continuamos haciendo con gozo y solemnidad, para que nunca se nos olvide cuanto fuimos amados y a cuan grande precio fuimos comprados. 

Pero también la Santa Cena es una proclamación hacia el futuro pues, en apariencia este simple acto de Fe, trae fortaleza a nuestro ser para poder continuar caminando mientras estemos aquí en la tierra esperando lo que Jesucristo mismo prometio: Tomar con su Iglesia de la copa de un vino nuevo el día en que estemos para siempre con Él en los cielos.

“Y os digo que desde ahora no beberé más de este fruto de la vid, hasta aquel día en que lo beba nuevo con vosotros en el reino de mi Padre.” Mateo 26:29